jueves, 9 de diciembre de 2010

La estela que borró Anjukani

Los relatos sobre pueblos fantasmas siempre suelen estar relacionados con la existencia de algún desastre natural o, en algunos casos más lamentables, producto del descuido humano. En el caso del pueblo de Anjukani, ubicado en las orillas del lago Hudson (Canadá), la historia parece no tener las mismas causas. Hasta hoy no se sabe a ciencia cierta el paradero de los más de mil habitantes del poblado esquimal de Anjukani.
Joe Labelle, cazador canadiense, visitaba contunamente a los pobladores de Anjukani, con el fin de intercambiar productos. Un día de 1930, el cazador se dirigió hacia el poblado, sin embargo, algo le resultaba sumamente extraño aún sin haber llegado. El silencio del poblado era total. Una vez en el lugar del poblado, el espectáculo que observó Labelle fue deprimente. Anjukani existía, es cierto, pero no había ningún indicio de vida humana en ella. Las labores de las casas permanecían intactas, había enseres, pieles y demás objetos que usaban los esquimales de Anjukani, era como si de repente hubieran salido despavoridos dejando todas las cosas en cualquier lugar.


Pese a tal paisaje deprimente, Labelle halló que los animales de los esquimales permanecían intactos aunque sin vida. Los perros estaban completamente cubiertos por una lámina de hielo, al parecer muertos de frío y de hambre. La situación, acerca de los pobladores de Anjukani, parecía no ser la más halagueña. Labelle decidió dar parte a las autoridades canadienses para que inicien una investigación al respecto. Labelle y los oficiales presumían que los esquimales de Anjukani habían huido intempestivamente del lugar por razones desconocidas, sin embargo, pese a que la alerta de búsqueda de la policía fue difundida por todo el país, nunca hallaron a los más de mil habitantes

Días después del pedido de Labelle para la búsqueda de los esquimales, una persona que decía haber pasado a unos kilómetros de Anjukani luego de una cacería junto a sus dos hijos, decía que tenía una importante revelación que hacer. El sujeto llamado Armand Laurent describió a los oficiales que una enorme bola luminosa, similar a una bala de fuego, inundó el cielo por unos instantes. El temor le impidió acercarse al lugar del impacto de aquella masa brillante amorfa, y huyó con sus hijos. Y todo acababa ahí. Nunca se conoció el paradero final de los esquimales. ¿Acaso tuvieron el tiempo necesario como para huir de la bola luminosa? ¿O es que acaso fueron devorados por ella? Sin embargo, lo incomprensible y misterioso consiste en que todo en Anjukani permanecía igual, salvo por aquellos mil hombres.

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